La vida ministerial del Señor Jesucristo, aunque breve, alteró el curso de la historia. Lo que enseñó, lo que hizo y su estilo de vida ministerial, produjeron cambios significativos en la vida individual y comunitaria de ese entonces y siguen transformando actualmente la vida de personas alrededor del mundo.
Tuvo como seguidores hombres y mujeres a quienes aceptaba sin miramiento alguno, ya fueran sencillos pescadores, publicanos, pecadores, mujeres, aunque fueran reconocidas prostitutas. La afirmación de Jesús: “Pero muchos primeros serán potreros, y los postreros, primeros” (Marcos 10:31) se aplicó también a la mujer y a su situación de inferioridad en las estructuras patriarcales.
Durante la vida terrenal del Señor Jesucristo narrada en los evangelios, su mensaje, respaldado por su ejemplo, iba en contravía de la perspectiva cultural y religiosa de su tiempo, referente a que la mujer era un ser inferior y como tal debía ser tratada. En ninguno de sus hechos, ni de sus sermones, ni en sus parábolas se encuentran actitudes que desvaloren la mujer como tal. Por el contrario, Jesús proclama el establecimiento de su reino bajo las características originales de la creación, con igualdad de género en la perspectiva en que Dios los creó. “Y creó Dios al hombre, a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó” (Gen.1:27)
Las mujeres respondieron favorablemente a la propuesta ministerial de Jesús. A medida que su fama se extendía, “.. le traían a él todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos y los sanaba” (Mat.4:24,25). Esto incluía a las mujeres en quienes se operaron muchos de estos milagros. Sin embargo, lo más extraordinario fue la liberación mental y emocional de los tabús que regían su vida de mujer. Ahora puede acceder a espacios que le eran vedados, como el aprendizaje o simplemente el poder formar parte libremente del grupo de seguidores de Jesús.
El trato del Señor , sus enseñanzas, su ejemplo, su actitud hacia ellas, durante los 2 o 3 años que le siguieron, les dio el coraje de versen ellas mismas como personas con valor, dignas de ser tenidas en cuenta, sintiéndose útiles y apreciadas.
Es a esas mujeres a quienes Jesús hizo “libres” de los estereotipos de su tiempo, reivindicadas con ellas mismas a quienes el Señor Resucitado, les comisiona como mensajeras de la noticia mas grande que se ha podido producir en la historia de la humanidad: “Id y decid a los discípulos que (Jesús) ha resucitado de los muertos y va delante de vosotros a Galilea, como os lo dijo” (Mat 28:7; Mc 16:7).
¿Por qué Jesús les dio la responsabilidad de éste mensaje a las mujeres, sabiendo muy bien que la tradición judía estaba en contra de ello? Su testimonio poco peso tenía entre los judíos. Así parecen pensar los dos discípulos que dialogaban con Jesús sin identificarlo como tal. Ellos le dijeron que “Aunque nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, …quienes dijeron que él vive” (Luc.24:22,23). Ellos, por supuesto no estaban dispuestos a dar crédito a la historia de las mujeres, y solo creyeron cuando Jesús partió el pan con ellos.
Aunque en la Mishnah normalmente las mujeres no pueden declarar, Jesús intencionalmente se aparece a ellas, haciéndolas “testigos oculares” y dándoles la misión de ir y testificarlo a sus discípulos. Eso las convierte en las primeras mensajeras de las buenas nuevas de salvación: ¡Jesús Ha Resucitado! Noticia que ha transformado y sigue transformado la vida de hombres y mujeres que la aceptan.
La imagen renovada de la mujer seguidora del Maestro trasciende la época de Jesús y su presencia es evidente en las iglesias del primer siglo del cristianismo, donde los escritores del Nuevo Testamento son testigos de su compromiso en el extendimiento del Reino de Dios.
“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre: no hay hombre ni mujer; ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:23) está afirmando que la actitud de Jesús hacia la mujer eliminó las brechas sexistas, raciales, religiosas y culturales que la marginaban.
Tu y yo, como seguidoras de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, hemos recibido la misión de proclamar con nuestra vida, palabra y acción el poder transformador de Jesús para la mujer del siglo XXI. Por encima de los estereotipos y pensamientos culturales sobre la mujer, esta nuestro compromiso con el Señor de Señores y nuestra responsabilidad de poner a Su servicio todos los talentos y dones con que hemos sido dotadas, sin ninguna discriminación sexista o de cualquier índole.
¡Seamos fieles a nuestro llamado!